ARMAS, GÉRMENES Y ACERO de Jared Diamond
La madre de la necesidad
El 3 de julio de 1908, los arqueólogos que realizaban excavaciones en
el antiguo palacio de Minos en Faístos, en la isla de Creta, hallaron por
casualidad uno de los objetos más notables de la historia de la tecnología. A
primera vista parecía poco interesante: se trataba sólo de un pequeño disco
de arcilla endurecida por cocción al horno de unos 16 cm de diámetro,
plano, sin pintura. Un examen más atento reveló que cada una de sus dos
caras estaba cubierta de escrituras subrayadas por una línea curva en forma
de espiral de cinco vueltas desde el borde al centro del disco. En total, 241
símbolos o letras netamente separadas por líneas verticales en grupos de
varios símbolos, que parecían formar palabras. El escribiente tenía que
haberse esmerado en la planificación y ejecución del disco, de forma que
empezase la escritura en el borde y llenara todo el campo disponible a lo
largo de la espiral, sin quedarse sin espacio al llegar al centro.
Desde que fuera desenterrado, el disco ha supuesto siempre un
misterio para los historiadores. El número de símbolos distintos (45) parece
constituir un silabario en lugar de un alfabeto, pero a la fecha continúa sin
ser descifrado y las formas de los símbolos no se parecen a ningún otro de
los sistemas de escritura conocidos. Tampoco ha aparecido otro fragmento
de la extraña escritura en los 90 años transcurridos desde su
descubrimiento. Así, sigue sin saberse si representa una escritura autóctona
de Creta o si fue llevada a la isla desde fuera.
Para historiadores de la tecnología, el disco de Faístos resulta todavía
más enigmático. Su fecha estimada de 1700 a.C. lo hace con mucha
diferencia el primer documento escrito del mundo. En lugar de estar
grabados a mano, como todos los escritos posteriores Lineal A y Lineal B
de Creta, los símbolos del disco fueron impresos en arcilla blanda
(endurecida luego por cocción al horno) por medio de sellos que llevaban
un símbolo en relieve. Es evidente que el impresor disponía de un juego de
45 sellos, uno para cada símbolo que aparece en el disco. La confección de
estos sellos debe haber supuesto una tarea muy trabajosa, y seguramente los
mismos no fueron fabricados para imprimir sólo este documento. Puede
presumirse que quienquiera que los utilizara realizaba numerosos escritos.
Con tales sellos, su poseedor podía hacer copias con mucha mayor rapidez
y limpieza que escribiendo cada vez a mano cada uno de los complicados
símbolos de la escritura.
El disco de Faístos es precursor de posteriores trabajos de imprenta de
la humanidad, la cual se valió de tipos o bloques recortados que luego
pasaba con tinta al papel, no sin tinta a la arcilla. No obstante, esos trabajos
posteriores no aparecieron hasta 2.500 años más tarde en China y 3.100
después en la Europa medieval. ¿Por qué no se adoptó la precoz tecnología
del disco hasta generalizarla en Creta o en cualquier otra zona del antiguo
Mediterráneo? ¿Por qué su método de impresión se inventó hacia 1700 a.C.
en Creta y no en algún otro tiempo en Mesopotamia, México o algún otro
núcleo antiguo de escritura? ¿Por qué transcurrieron luego miles de años
antes de añadir las ideas de tinta y prensa para llegar a la invención de la
imprenta? El disco constituye por ello un arduo enigma a descifrar por los
historiadores. Si los inventos son tan idiosincrásicos e impredecibles como
el disco parece indicar, los intentos de generalización en la historia de la
tecnología pueden estar condenados al fracaso desde un principio.
La tecnología, en forma de armas y transportes, aporta el medio directo
por el que ciertos pueblos han ampliado sus dominios conquistando a otros.
Esto la hace el elemento más importante del modelo más comprensivo de la
historia. Pero ¿por qué fueron los eurasiáticos, y no los indígenas
americanos o los africanos subsaharianos, quienes inventaron las armas de
fuego, los barcos transoceánicos y las herramientas de acero? Las
diferencias se extienden a la mayor parte de los demás avances
tecnológicos, desde la imprenta al vidrio y la máquina de vapor. ¿Por qué
todos estos inventos fueron eurasiáticos? ¿Por qué los indígenas de Nueva
Guinea y Australia utilizaban todavía en 1800 herramientas de piedra como
las que hacía miles de años habían quedado descartadas en Eurasia y casi
toda África, a pesar de que algunos de los yacimientos de hierro y de cobre
más ricos del mundo están respectivamente en Nueva Guinea y Australia?
Todos estos hechos explican por qué tanta gente no experta supone que los
eurasiáticos son superiores a los demás pueblos en inteligencia e inventiva.
Si, por otra parte, no existe diferencia en la neurobiología humana que
sea causa de las diferencias de desarrollo tecnológico entre continentes,
¿cual es esa causa? Un punto de vista alternativo es el que se apoya en la
teoría heroica de los inventos. Los avances tecnológicos parecen provenir
de un exiguo y raro número de genios como Johannes Gutenberg, James
Watt, Thomas Edison y los hermanos Wright. Todos ellos europeos o
descendientes de emigrados europeos a América. También eran europeos
Arquímedes y otros genios singulares de la antigüedad. ¿Podrían haber
nacido genios de igual talento en Tasmania o Namibia? ¿Depende la
historia de la tecnología nada más que de las circunstancias accesorias del
lugar de nacimiento de unos pocos inventores?
Otro punto de vista alternativo sostiene que no es cuestión de inventiva
individual, sino de receptividad de sociedades enteras ante innovaciones.
Algunas sociedades parecen conservadoras recalcitrantes, introspectivas y
hostiles a todo cambio. Esa es la impresión de muchos occidentales que han
tratado de ayudar a pueblos del Tercer Mundo, acabando descorazonados.
Sus gentes parecen poseer una inteligencia normal como personas; por lo
que es probable que el problema estribe no en el individuo, sino en sus tipos
de sociedad. ¿De qué otra forma puede explicarse el que los aborígenes de
Australia nororiental no quisieran adoptar los arcos y las flechas que vieron
utilizar a los isleños del estrecho de Torres, con quienes mercadeaban? ¿Es
posible que todas las sociedades de un continente entero estuviesen cerradas
a cualquier innovación venida de fuera, lo que explicaría el lento ritmo de
desarrollo de la tecnología en esas tierras? En este capítulo llegaremos por
fin a abordar el problema central de este libro: la cuestión de por qué la
tecnología evolucionó a ritmos tan diferentes en continentes distintos.
El punto de partida de nuestro análisis es la opinión común expresada
por la máxima «La necesidad es la madre de la invención». Es decir, se
supone que los inventos aparecen cuando determinada sociedad tiene una
necesidad no satisfecha: cuando algún tipo de tecnología es generalmente
tenida por insatisfactoria o limitada. Los inventores en potencia, motivados
por la perspectiva del dinero o la fama, perciben esa necesidad y tratan de
llenarla. Alguno de los inventores acaba por proponer una solución superior
a la insatisfactoria de la tecnología al uso. La sociedad adopta dicha
solución siempre que sea compatible con sus principios y con otras
tecnologías.
Son bastantes los inventos que se amoldan a esta opinión de la
necesidad como madre de la invención, basada en el sentido común. En
1942, en plena segunda guerra mundial, el gobierno estadounidense puso a
punto el Proyecto Manhattan con el objetivo explícito de inventar la
tecnología necesaria para la fabricación de una bomba atómica antes que la
Alemania nazi pudiera obtenerla. Dicho proyecto logró su objetivo en tres
años, a un coste de 2.000 millones de dólares (equivalentes a 20.000
millones de dólares de hoy). Otros casos son el invento por Eli Whitney en
1794 de su desmotadora de algodón para acabar con la laboriosa limpieza
manual del algodón cultivado en el sur de Estados Unidos, y la invención
de la máquina de vapor por James Watt en 1769 para resolver el problema
del bombeo de agua en las minas de carbón británicas.
Estos ejemplos tan conocidos pueden despistarnos al hacernos suponer
que otros inventos importantes fueron asimismo respuestas a necesidades
percibidas. En efecto: muchos inventos, o su mayoría, fueron realizados por
personas movidas por la curiosidad o por su afición a «enredar», sin una
necesidad preconcebida del producto en que pensaban. Una vez inventado
un artilugio, el inventor tenía que hallar una aplicación para el mismo. Sólo
después de utilizar el mismo durante un tiempo considerable llegaban los
usuarios a la conclusión de que lo «necesitaban». Es más, otros artefactos,
inventados para una aplicación determinada, con el tiempo se demostraban
útiles a otros efectos no previstos. Puede resultar sorprendente enterarse de
que estos inventos en búsqueda de una utilidad constituyen la mayor parte
de los avances tecnológicos de los tiempos modernos, desde el aeroplano y
el automóvil, pasando por el motor de combustión interna y la bombilla
eléctrica, al fonógrafo y al transistor. Así, la invención es a menudo la
madre de la necesidad, en lugar de al revés.
Un buen ejemplo es la historia del fonógrafo de Thomas Edison, el
invento más original del inventor más grande de los tiempos modernos.
Cuando Edison construyó su primer fonógrafo en 1877, publicó un artículo
en el que proponía diez usos a los que podía aplicarse su invento. Entre
éstos figuraban la conservación de las últimas palabras de personas en
trance de morir, la grabación de lecturas de libros para que las oyeran
personas ciegas, el dar las horas y el enseñar ortografía. La reproducción de
música no figuraba entre las aplicaciones más prioritarias de la lista de
Edison. Algunos años más tarde Edison dijo a su ayudante que su invento
carecía de valor comercial. Unos años después cambió de opinión y se
dedicó al negocio de la venta de fonógrafos, pero sólo para utilizarlos como
dictáfonos en oficinas. Cuando otros hombres de negocios adaptaron el
fonógrafo a la fabricación de gramolas tragaperras que interpretaban música
popular introduciendo una moneda, Edison protestó contra esta degradación
que en apariencia restaba seriedad al uso de su invento en oficinas.
Hubieron de transcurrir unos veinte años para que Edison por fin admitiera
que la principal aplicación de su fonógrafo era la grabación y reproducción
de música.
El vehículo de motor es otro invento cuyas aplicaciones parecen
obvias hoy. Sin embargo, no fue inventado en respuesta a demanda alguna.
Cuando Nikolaus Otto construyó su primer motor de combustión interna en
1866, los caballos habían venido satisfaciendo las necesidades de transporte
terrestre desde hacía casi 6.000 años, con el complemento en desarrollo
constante de los ferrocarriles de tracción a vapor desde hacía varias
décadas. No había crisis de escasez de caballos ni nadie estaba descontento
con los ferrocarriles.
Como la máquina de Otto era insegura, pesada y medía más de dos
metros de altura, no se demostraba más recomendable que los caballos.
Hubo que esperar hasta 1885 para que los motores mejoraran hasta tal
punto que Gottfried Daimler pudiera instalar uno en una bicicleta, creando
así el primer motociclo. Esperó hasta 1896 para construir el primer camión.
En 1905, los vehículos de motor eran todavía caros; se consideraban
juguetes poco fiables reservados a los ricos. La aceptación pública del tiro
animal y de los ferrocarriles siguió en cotas elevadas hasta la primera
guerra mundial, cuando los militares llegaron a la conclusión de que en
realidad sí necesitaban camiones. El intenso cabildeo posbélico por parte de
fabricantes de camiones y ejércitos acabó convenciendo al público de que
los necesitaba, lo que permitió que los camiones suplantasen a los carruajes
de tracción animal en países industrializados. No obstante, el cambio costó
cincuenta años incluso en las ciudades estadounidenses más populosas.
Los inventores tienen con frecuencia que perseverar en sus
manipulaciones durante mucho tiempo a falta de demanda pública, dado
que los primeros modelos son de funcionamiento demasiado deficiente
como para resultar útiles. Las primeras cámaras fotográficas, máquinas de
escribir y aparatos de televisión eran tan imponentes como el motor de
gasolina de más de dos metros de altura de Otto. Esto hace difícil el que un
inventor pueda prever si su temible prototipo encontrará a la larga
aplicación, asegurándole así más tiempo y dinero para perfeccionarlo. En
Estados Unidos se registran unas 70.000 patentes cada año, de las que sólo
unas pocas llegan a la fase de producción comercial. Por cada gran invento
que por fin halló aplicación, los hay innumerables que no la lograron.
Incluso algunos que satisfacen la necesidad para la que fueron inicialmente
diseñados pueden después demostrar ser más valiosos para subvenir a
necesidades imprevistas. Aunque James Watt había diseñado su máquina de
vapor para el bombeo de agua de minas, ésta pronto sirvió para suministrar
energía a fábricas de algodón, y, más adelante (con beneficios mucho
mayores), para la propulsión de locomotoras y barcos.
Por todo lo expuesto, la idea del invento basada en el sentido común
que nos ha servido de punto de partida invierte los factores habituales de
invento y necesidad. También exagera la importancia de los genios
singulares, como Watt y Edison. La denominada «teoría heroica de la
invención» es estimulada por la legislación de patentes, puesto que el
solicitante de una patente ha de probar la novedad del invento que presenta.
Los inventores tienen por ella un incentivo financiero para denigrar o
ignorar el trabajo previo. Desde la perspectiva de un abogado de patentes, el
invento ideal es el que emerge sin precursores, como Atenea brotando
totalmente formada de la cabeza de Zeus.
En realidad, incluso para los inventos modernos más famosos y en
apariencia decisivos, los precursores desechados quedaron escondidos tras
la escueta aseveración de que «X inventó Y». Por ejemplo, se nos dice con
frecuencia: «James Watt inventó la máquina de vapor en 1769»,
supuestamente inspirado por haber observado salir el vapor por el pitorro de
una tetera. Esta maravillosa fábula queda desmentida por la realidad de que
Watt concibió la idea de su propia máquina de vapor mientras procedía a
reparar un modelo de la máquina de vapor de Newcomen, que éste había
inventado 57 años antes y de la que ya se habían fabricado más de cien en
Inglaterra para la fecha en que Watt realizara su tarea de reparación. A su
vez, la máquina de Newcomen siguió a la que el inglés Thomas Savery
había patentado en 1698, que vino después de la diseñada por el francés
Denis Papin hacia 1680 (pero que no fue construida). Ésta tuvo precursores
en las ideas del científico holandés Christiaan Huygens y otros. Todo esto
no significa negar que Watt perfeccionara en gran manera la máquina de
Newcomen (incorporando un condensador separado de vapor y un cilindro
de doble acción), tal como Newcomen había perfeccionado mucho la de
Savery.
Todos los inventos modernos adecuadamente documentados pueden
relacionarse con historias parecidas. El genio a quien el consenso público
atribuye determinado invento fue precedido por inventores anteriores que
habían tenido objetivos semejantes y habían ya confeccionado diseños,
modelos de funcionamiento o (como en el caso de la máquina de vapor de
Newcomen) modelos que habían logrado el éxito comercial. El famoso
«invento» de la lámpara incandescente de Edison en la noche del 21 de
octubre de 1879 constituía una mejora de otras muchas lámparas
incandescentes patentadas por otros inventores entre 1841 y 1878. De forma
análoga, el aeroplano de los hermanos Wright pilotado y con motor fue
precedido por los planeadores pilotados sin motor de Otto Lilienthal y el
aeroplano sin piloto y con motor de Samuel Langley. El telégrafo de
Samuel Morse tuvo sus precursores en Joseph Henry, William Cooke y
Charles Wheatstone. Y la desmotadora de Eli Whitney para la limpieza de
algodón de fibra corta (de tierra adentro) era sucesora de las desmotadoras
que habían estado limpiando el algodón de fibra larga (de las islas litorales
de Carolina del Sur) durante miles de años.
Todo esto no significa negar que Watt, Edison, los hermanos Wright,
Morse y Whitney realizaran grandes mejoras y con ello incrementaran o
inauguraran éxitos comerciales. La forma del invento que con el tiempo se
adoptó podría haber sido algo distinta sin la contribución reconocida del
inventor. Pero a nuestros efectos, la cuestión es si el panorama general de la
historia mundial habría experimentado alteraciones significativas si alguno
de los genios inventores no hubiese nacido en determinados lugar y época.
La respuesta es clara: nunca ha existido tal clase de persona. Todos los
inventores famosos reconocidos han tenido predecesores y sucesores
capacitados, introduciendo sus mejoras en una época en que la sociedad era
capaz de utilizar su producto. Como vamos a ver, la tragedia del héroe que
perfeccionó los sellos utilizados para el disco de Faístos fue que ideó algo a
lo que la sociedad no podía en su tiempo sacar provecho a gran escala.
Los ejemplos que he aducido hasta ahora han sido extraídos de
tecnologías modernas, porque sus historias son bien sabidas. Mis dos
conclusiones principales son que la tecnología se desarrolla por
acumulación, en lugar de por actos heroicos aislados, y que encuentra la
mayoría de sus aplicaciones después de haber sido inventada, en vez de
haber sido inventada para una necesidad prevista. Estas conclusiones son
aplicables con certeza mucho mayor a la historia no documentada de las
tecnologías antiguas. Cuando los cazadores-recolectores de la Edad del
Hielo observaron la presencia de arena quemada y residuos de piedra caliza
en sus hogares, era imposible que previeran la larga acumulación de
descubrimientos inesperados que conducirían a las primeras ventanas de
cristal de los romanos (en los comienzos de la era cristiana) después de los
primeros objetos de superficie vidriada (hacia 4000 a.C.), los primeros
objetos duraderos de cristal de Egipto y Mesopotamia (hacia 2500 a.C.),
pasando por las primeras vasijas de vidrio (hacia 1500 a.C.).
No sabemos nada acerca de cómo se desarrollaron esas primeras
superficies vidriadas. Sin embargo, podemos imaginar los métodos del
invento prehistórico observando a los pueblos tecnológicamente
«primitivos» de hoy, como los neoguineanos con quienes investigo. Ya he
mencionado sus conocimientos de cientos de especies vegetales y animales
y los usos de cada una: alimentos, propiedades medicinales y otros. Los
neoguineanos me hablaron también acerca de decenas de tipos de roca de su
entorno y de la dureza y color de cada una, así como de su comportamiento
al golpearlas o hacerlas escamas, y de sus aplicaciones. Todos esos
conocimientos se adquieren por observación y por métodos de ensayo y
error. Veo que se desarrolla ese proceso de «invención» siempre que llevo a
neoguineanos a trabajar conmigo en zonas alejadas de sus domicilios.
Recogen constantemente cosas que no les son familiares en el bosque, las
manipulan y en ocasiones las hallan bastante útiles como para llevárselas a
casa. Observo el mismo proceso cuando abandono un campamento y la
gente del lugar acude a buscar lo que queda desechado. Juegan con lo que
he abandonado tratando de averiguar si podría serles útil en la sociedad de
Nueva Guinea. Los botes y latas metálicos son fáciles: se utilizan como
recipientes. Otros objetos se prueban a efectos totalmente distintos del uso
para el que se fabricaron. ¿Qué tal resultaría ese lapicero amarillo como
adorno una vez insertado en una perforación del lóbulo nasal o de la nariz?
¿Es ese pedazo de vidrio roto bastante afilado y duro como para servir de
cuchillo? ¡Eureka!
Las materias primas de que disponían los pueblos de la antigüedad
eran materiales naturales como piedras, madera, huesos, pieles, fibras,
arcilla, arena, piedra caliza y minerales; todo ello existente en gran
variedad. A partir de estos materiales la gente aprendió poco a poco a
trabajar determinados tipos de piedra, madera y huesos fabricando
herramientas; a utilizar determinadas arcillas en alfarería y ladrillos; a
convertir en vidrio ciertas mezclas de arena, piedra caliza y otra «tierra»; a
elaborar metales maleables existentes en estado puro como el cobre y el
oro, luego a extraer otros metales de sus menas y, por último, a trabajar
metales duros como el bronce y el hierro.
Una buena ilustración de los métodos de ensayo y error es la que nos
ofrece la invención de la pólvora y de la gasolina a partir de materias
primas. Los productos naturales combustibles se detectan inexorablemente
por sí mismos, como cuando un tronco resinoso explota en la hoguera de un
campamento. Hacia 2000 a.C., los habitantes de Mesopotamia extraían
toneladas de petróleo calentando rocas asfálticas. Los antiguos griegos
descubrieron la utilidad de varias mezclas de petróleo, brea, resinas, azufre
y cal viva como armamento incendiario disparado por catapultas, flechas,
bombas incendiarias y barcos. La experiencia adquirida por los alquimistas
islámicos medievales en la destilación de alcoholes y perfumes les permitió
asimismo destilar petróleo en pequeñas cantidades, demostrando algunas
destilaciones ser incendiarios muy potentes. Estos materiales incendiarios,
utilizados en granadas, cohetes y torpedos, desempeñaron papel
fundamental en la derrota definitiva de los cruzados por parte del islam.
Hacia esas fechas, los chinos habían ya observado la fuerza especialmente
explosiva de determinada mezcla de azufre, carbón vegetal y salitre, que se
denominó más adelante pólvora. Un tratado islámico de química de hacia
1100 detalla siete especificaciones de pólvora, mientras que un tratado de
1280 da más de 100 fórmulas que se habían demostrado útiles a diversos
objetos (una para cohetes, otra para cañones, etc.).
En cuanto a la destilación de petróleo en tiempos posteriores a la Edad
Media, los químicos del siglo XIX descubrieron la utilidad de la destilación
media como combustible para lámparas de aceite. Los químicos desechaban
la destilación más volátil (gasolina) como producto residual no deseado,
hasta que se halló que éste era un carburante ideal para motores de
combustión interna. ¿Quién se acuerda hoy de que la gasolina, combustible
de la civilización moderna, tuvo su origen como uno más de los
descubrimientos aún en busca de aplicación?
Una vez que un inventor ha descubierto una aplicación para una
tecnología nueva, el paso siguiente consiste en convencer al público de que
lo adopte. Sólo el disponer de un artefacto más grande, más rápido y más
potente para hacer algo no garantiza su aceptación inmediata. Innumerables
tecnologías de ese tipo o no se adoptaron jamás en absoluto o lo fueron
después de una resistencia prolongada. Entre los ejemplos más notorios
tenemos la negativa del Congreso de Estados Unidos a asignar fondos para
el desarrollo de un transporte supersónico en 1971, el reiterado rechazo
mundial de un teclado de disposición eficiente para la máquina de escribir,
y la duradera animadversión de Gran Bretaña hacia la adopción de la luz
eléctrica. ¿Qué es lo que promueve la aceptación de un invento por
determinada sociedad?
Empecemos por comparar la aceptabilidad de distintos inventos dentro
de la misma sociedad. Resulta que son al menos cuatro los factores que
influyen en la aceptación.
El primero y más evidente de esos factores es el beneficio económico
relativo en comparación con la tecnología existente. Aunque las ruedas son
muy útiles en las sociedades industriales modernas, no ha sido así en
algunas sociedades de otro tipo. Los indígenas mexicanos de la antigüedad
inventaron vehículos provistos de ruedas con ejes para utilizarlos como
juguetes, pero no para el transporte. Esto a nosotros nos parece increíble,
hasta que caemos en la cuenta de que los antiguos mexicanos no disponían
de animales domésticos a los que enganchar sus vehículos rodantes, por lo
que éstos no ofrecían ventaja alguna como alternativa a los porteadores
humanos.
Una segunda consideración es el valor y prestigio social, que puede
primar sobre el beneficio económico (o falta de éste). Millones de personas
adquieren en la actualidad pantalones vaqueros de diseños especiales a un
precio que duplica el de vaqueros normales que duran lo mismo, sólo
porque la etiqueta del diseñador cuenta más, por cachet social, que el coste
extra. De forma análoga, Japón sigue utilizando su sistema de escritura
kanji, de horrible complicación, prefiriéndolo a alfabetos eficientes o al
propio y eficiente silabario japonés kana, debido al enorme prestigio de que
goza el kanji.
Otro factor más es la compatibilidad con intereses creados. Este libro,
como probablemente casi todos los documentos ahora impresos, fue escrito
con un teclado QWERTY, denominación que responde a las seis primeras
letras a la izquierda de la fila superior. Por increíble que ahora pueda
parecer, tal disposición del teclado fue diseñada en 1873 como proeza de
antiingeniería. Utiliza toda una serie de trucos perversos ideados para forzar
a la persona que lo utiliza a escribir lo más lento posible, como el de
dispersar las letras más comunes por todo el teclado concentrándolas en el
lado izquierdo (donde las personas no zurdas han de utilizar su mano menos
hábil). La razón de todos estos rasgos aparentemente contraproducentes es
que las máquinas de escribir de 1873 se atascaban si varias teclas
adyacentes se pulsaban en sucesión rápida, por lo que los fabricantes tenían
que lograr que se mecanografiara con más lentitud. Cuando las mejoras de
las máquinas de escribir eliminaron el problema del atasco, unas pruebas
realizadas en 1932 con un teclado eficientemente dispuesto demostraron
que éste permitiría duplicar la velocidad de mecanografiado y reducir el
esfuerzo en un 95 por 100. Pero los teclados QWERTY estaban ya entonces
sólidamente afianzados. Los intereses creados de cientos de millones de
usuarios de QWERTY, profesores, vendedores y fabricantes de máquinas de
escribir y ordenadores han venido zancadilleando durante más de sesenta
años cualquier paso en el sentido de mejorar la eficiencia del teclado.
Mientras que la historia del teclado QWERTY puede sonar a chiste,
muchos casos parecidos han entrañado consecuencias económicas mucho
más graves. ¿Por qué Japón domina ahora el mercado mundial de productos
electrónicos transistorizados, hasta un punto que perjudica la balanza de
pagos de Estados Unidos con Japón, a pesar de que los transistores fueron
inventados y patentados en Estados Unidos? Porque Sony adquirió de la
Western Electric derechos de licencia para transistores en una época en que
la industria electrónica estadounidense fabricaba como churros aparatos de
válvulas al vacío y se mostraba remisa a competir con sus propios
productos. ¿Por qué todas las ciudades británicas utilizaban aún alumbrado
público de gas en el decenio de 1920, mucho después de que en las
estadounidenses y alemanas se hubiera adoptado ya el alumbrado público
eléctrico? Porque las administraciones municipales británicas habían
invertido cuantiosas sumas en el alumbrado de gas e interponían obstáculos
legales a la actividad a las compañías eléctricas competidoras.
La última consideración que afecta a la aceptación de nuevas
tecnologías es la facilidad con que sea posible advertir sus ventajas. En
1340, época en que todavía no habían llegado las armas de fuego a casi toda
Europa, se dio la coincidencia de que los condes ingleses de Derby y
Salisbury estaban presentes en España, en Tarifa, donde los musulmanes
utilizaban cañones contra los visigodos. Impresionados por lo que vieron,
introdujeron cañones en el ejército inglés, que los adoptó con entusiasmo y
los utilizó ya contra los franceses en la batalla de Crécy seis años después.
Así, las ruedas, los vaqueros de marca y los teclados QWERTY
ilustran las diversas razones por las que la misma sociedad no muestra igual
receptividad ante todos los inventos. A la inversa, la aceptación del mismo
invento varía en gran manera entre sociedades contemporáneas. Conocemos
la supuesta generalización de que las sociedades rurales del Tercer Mundo
son menos receptivas a los inventos que las sociedades industrializadas al
estilo occidental. Incluso en el mundo industrializado, algunas regiones son
más receptivas que otras. Tales diferencias, si han sido a escala continental,
podrían explicar por qué la tecnología evolucionó en unos continentes con
mayor rapidez que en otros. Por ejemplo, si todas las sociedades aborígenes
australianas se mostraban por alguna razón uniformemente resistentes al
cambio, ello podría explicar su uso continuado de los útiles de piedra una
vez aparecidos los de metal en todos los demás continentes. ¿Cómo surgen
las discrepancias de receptividad entre sociedades?
Los historiadores de la tecnología han propuesto una lista en bruto de
al menos catorce factores explicativos. Uno es la esperanza de vida larga,
que en principio daría a inventores en ciernes los años necesarios para
acumular conocimientos técnicos, así como paciencia y seguridad para
abordar largos programas de desarrollo con recompensas a largo plazo. De
ahí que la larga esperanza de vida aportada por la medicina moderna pueda
haber contribuido al ritmo recientemente más acelerado de los inventos.
Los cinco factores siguientes remiten a la economía o la organización
de la sociedad: 1) La disponibilidad de trabajo esclavo barato en tiempos
antiguos pudo desincentivar entonces la innovación, mientras que en los
actuales, los salarios elevados o la escasez de mano de obra estimulan la
búsqueda de soluciones tecnológicas; por ejemplo, el incentivo inmediato
para el desarrollo de una variedad de tomates cosechables con equipo
agrícola en California fue la perspectiva de una política de inmigración
distinta que restringiera el suministro de mano de obra barata de temporeros
mexicanos. 2) Las patentes y otras leyes que protegen los derechos de
propiedad de los inventores estimulan la invención en el Occidente
moderno, mientras que la ausencia de tal protección la desalienta en la
China de hoy. 3) Las modernas sociedades industriales facilitan amplias
oportunidades de formación técnica, como sucedía en el islam medieval;
pero no es tal el caso de Zaire (República Democrática del Congo) actual.
4) El capitalismo moderno está organizado (la antigua Roma no lo estaba)
de tal manera que presenta perspectivas halagüeñas para la inversión de
fondos en el desarrollo tecnológico. 5) El acusado individualismo de los
estadounidenses permite que los inventores de éxito guarden las ganancias
para sí mismos, mientras que los fuertes vínculos familiares de Nueva
Guinea aseguran que alguien que empiece a ganar dinero se vea asaltado
por decenas de parientes en la esperanza de que se les admita y se les dé
comida y sustento.
Otras cuatro explicaciones que se sugieren son de índole ideológica, en
vez de económica u organizativa: 1) La tendencia a aceptar riesgos, esencial
para los esfuerzos de innovación, es más habitual en unas sociedades que en
otras. 2) El punto de vista científico es una característica propia y singular
de la sociedad posrenacentista europea que ha contribuido poderosamente a
su predominio tecnológico moderno. 3) La tolerancia de opiniones diversas
y de actitudes heterodoxas favorece la innovación, mientras que el fuerte
arraigo de las costumbres tradicionales (como la importancia de los clásicos
antiguos en China) la ahoga. 4) La actitud de las religiones varía en gran
manera en cuanto a sus relaciones con la tecnología: algunas ramas del
judaísmo y el cristianismo se consideran de particular compatibilidad con la
misma, mientras que algunas del islam, el hinduismo y el brahmanismo son
especialmente incompatibles con ella.
Estas diez hipótesis son plausibles en su totalidad. Pero ninguna de
ellas tiene una relación necesaria con la geografía. Si los derechos de
patente, el capitalismo y ciertas religiones estimulan en efecto la tecnología,
¿qué circunstancias seleccionaron esos factores en la Europa posmedieval y
no en la China o la India contemporáneas?
Como mínimo, parece estar claro el sentido en que esos diez factores
influyen en la tecnología. Los otros cuatro que se proponen —la guerra, la
administración centralizada, el clima y la abundancia de recursos— parecen
actuar de forma irregular: a veces estimulan la tecnología; otras, la inhiben.
1) A lo largo de la historia, la guerra ha constituido a menudo el estimulante
primerísimo de la innovación tecnológica; por ejemplo, las enormes
inversiones realizadas en armamento nuclear durante la segunda guerra
mundial y los aeroplanos y camiones durante la primera abrieron nuevos
campos integrales de tecnología; pero las guerras pueden por otro lado tener
secuelas devastadoras para el desarrollo tecnológico. 2) La administración
fuertemente centralizada impulsó la tecnología en la Alemania y el Japón de
finales del siglo XIX; en cambio, la aniquiló en China después de 1500. 3)
Muchos europeos del norte dan por sentado que la tecnología progresa en
climas rigurosos en donde la subsistencia es imposible sin ella, y languidece
en climas benignos en donde no es necesario usar mucha ropa y se supone
que los plátanos caen de los árboles; el punto de vista opuesto es que un
ambiente benigno libera a las gentes de la lucha constante por la existencia,
permitiéndoles dedicarse a la investigación. 4) También ha habido debates
acerca de si la tecnología es estimulada por la abundancia o por la escasez
de recursos ambientales; la abundancia de recursos puede estimular el
desarrollo de inventos mediante el uso de esos recursos, como sucede con la
tecnología de los molinos de agua en la lluviosa Europa septentrional, con
su multitud de ríos, pero ¿por qué no progresó con mayor rapidez esa
tecnología en Nueva Guinea, más lluviosa aún? Se ha sugerido que la
destrucción de bosques en Gran Bretaña ha sido la razón básica de su
precoz primacía en el desarrollo de la tecnología del carbón, pero ¿por qué
la deforestación no ha tenido el mismo efecto en China?
Estos razonamientos no agotan la lista de motivos que se propone para
explicar por qué las sociedades difieren en su receptividad de las nuevas
tecnologías. Y lo que es peor, se trata de aproximaciones que eluden la
cuestión de los factores definitivos en que se basan. Puede ser que esto
parezca un retroceso descorazonador en nuestra tentativa de entender el
curso de la historia, dado que la tecnología ha sido sin duda uno de los
motores más poderosos del acontecer histórico. Sin embargo, ahora voy a
exponer cómo la diversidad de factores independientes que son la base de la
innovación tecnológica en realidad facilitan, no dificultan, el entendimiento
de la historia en toda su amplitud.
A los efectos de este libro, la cuestión clave acerca de la lista de
consideraciones estriba en si dichos factores eran sistemáticamente distintos
de continente a continente dando así lugar a diferencias continentales de
desarrollo tecnológico. La mayoría de historiadores y personas no expertas
suponen, expresa o tácitamente, que la respuesta es afirmativa. Por ejemplo,
es creencia generalizada que los aborígenes australianos compartían como
grupo características ideológicas que contribuían a su retraso tecnológico:
eran (o son) supuestamente conservadores; viven en un tiempo de ensueño
pasado de creación del mundo sin aproximación a los métodos prácticos de
mejorar el presente. Un eminente historiador de África caracteriza a los
africanos como seres introspectivos carentes del empuje europeo para la
expansión.
Pero todos estos asertos se basan en puras especulaciones. Nunca se ha
realizado un estudio de varias sociedades en condiciones socioeconómicas
similares en cada uno de dos continentes que demuestre diferencias
ideológicas sistemáticas entre los pueblos de ambos. En cambio, el
razonamiento es circular: dada la existencia de diferencias tecnológicas, se
deduce la existencia de las correspondientes diferencias ideológicas.
En realidad, observo con regularidad en Nueva Guinea que las
sociedades indígenas de allí difieren en gran medida unas de otras en sus
actitudes predominantes. Al igual que en las industrializadas Europa y
América, en la Nueva Guinea tradicional al lado de sociedades
conservadoras que se resisten a los nuevos métodos viven sociedades
innovadoras que adoptan selectivamente nuevos sistemas. El resultado es,
con la llegada de la tecnología occidental, que las sociedades más
emprendedoras explotan ahora esa tecnología venida de fuera para
deslumbrar a sus vecinos conservadores.
Por ejemplo, cuando los europeos alcanzaron por vez primera las
tierras altas de Nueva Guinea oriental en el decenio de 1930,
«descubrieron» decenas de tribus de la Edad de Piedra con las que antes no
se habían mantenido contactos. Entre éstas, la tribu chimbu se reveló
particularmente decidida en la adopción de la tecnología occidental.
Cuando los chimbus vieron a los colonos blancos sembrar café, empezaron
ellos mismos a cultivarlo como cosecha vendible. En 1964 conocí a un
hombre chimbu de 50 años, que no sabía leer, con un atuendo tradicional de
herbajes, nacido en una sociedad que utilizaba herramientas de piedra; pero
se había enriquecido cultivando café, utilizando sus ganancias para
construir una serrería por un coste de 100.000 dólares y en la compra de una
flota de camiones para el transporte de su café y su madera al mercado. En
cambio, el vecino pueblo mesetario de los daribis, con el que trabajé
durante ocho años, es muy conservador y no le interesa la nueva tecnología.
Al aterrizar el primer helicóptero en la zona daribi, le echaron una ojeada
rápida volviendo de inmediato a lo que estaban haciendo; los chimbus
hubieran intentado regatear para alquilarlo. En consecuencia, los chimbus
se están desplazando ahora a la zona daribi, ocupándola para plantaciones y
reduciendo a los daribis a la condición de mano de obra propia.
En cada uno de los demás continentes, ciertas sociedades aborígenes se
han mostrado asimismo muy receptivas, adoptando selectivamente métodos
y tecnología extranjeros, para integrarlos de manera satisfactoria en su
propia sociedad. En Nigeria, los ibos fueron la tribu de ese país equivalente
a los chimbus de Nueva Guinea. En la actualidad, la tribu más numerosa de
indígenas americanos de Estados Unidos son los navajos, que a la llegada
de los europeos eran sólo una entre varios cientos de tribus. Pero los
navajos demostraron poseer una especial capacidad de adaptación y
habilidad para la selectividad de innovaciones. Adoptaron los tintes
occidentales para sus tejidos, se hicieron buenos plateros y granjeros y hoy
conducen camiones sin abandonar sus moradas tradicionales.
Entre los aborígenes australianos, a los que asimismo se tiene por
conservadores, existen sociedades receptivas junto a otras contumaces. Por
uno de los dos lados extremos, en la isla de Tasmania se seguían utilizando
útiles de piedra abandonados hace miles de años en Europa y sustituidos
también en casi todo el territorio continental australiano. Por el extremo
opuesto, algunos pescadores nativos de Australia suroriental idearon
pormenorizadas tecnologías para la gestión de las poblaciones de peces,
entre las que cabe citar la construcción de canales, presas pesqueras y
trampas.
Así, el desarrollo y la recepción de inventos varía enormemente entre
sociedades del mismo continente. Cambian asimismo con el tiempo dentro
de la misma sociedad. En nuestros días, las sociedades islámicas de Oriente
Medio son relativamente conservadoras y no están en la vanguardia de la
tecnología. Pero el islam medieval de la misma región sí era de gran
florecimiento tecnológico y abierto a las innovaciones. Lograron tasas de
alfabetización mucho más elevadas que la Europa contemporánea;
asimilaron el legado cultural de la Grecia clásica hasta el punto de que
muchos libros clásicos griegos nos han llegado sólo a través de ejemplares
en árabe. Construyeron molinos de viento y otros que aprovechaban las
mareas, inventaron la trigonometría y las velas latinas, realizaron grandes
avances en metalurgia, ingeniería mecánica y química, métodos de riego, y
trajeron el papel y la pólvora de China transmitiéndolos a Europa. En la
Edad Media era incesante el flujo de tecnología desde el islam a Europa,
más que el de Europa al islam hoy. El sentido neto de este flujo sólo
empezó a invertirse hacia 1500.
China ha sido otro territorio en el que la innovación ha fluctuado
considerablemente con el tiempo. Hasta cerca de 1450, China era desde el
punto de vista tecnológico mucho más innovadora y progresiva que Europa,
incluso más que el islam medieval. Entre la larga lista de inventos chinos
figuran las compuertas para canales, el hierro fundido, las perforaciones
profundas, los arreos buenos para animales de transporte, la pólvora, la
cometa, la brújula, los tipos movibles, el papel, la porcelana, la imprenta (a
excepción del disco de Faístos), el timón de popa y la carretilla. Luego,
China dejó de ser inventora por razones de las que lucubraremos en el
epílogo. A la inversa, pensamos que las sociedades de Europa occidental y
las norteamericanas a que han dado origen aquéllas son las que destacan en
el mundo moderno en cuanto a innovación tecnológica, pero la tecnología
estuvo menos avanzada en Europa occidental que en cualquiera otra área
«civilizada» del Viejo Mundo hasta la baja Edad Media.
Así pues, no es cierto que haya continentes en los que las sociedades
hayan sido de tendencia innovadora y otros en donde hayan sido
conservadoras. En cualquier continente, en determinada época hay unas
sociedades innovadoras y otras conservadoras. Además, la receptividad a
las innovaciones varía con el tiempo dentro de la misma región.
Reflexionando, estas conclusiones son precisamente las que pueden
extraerse si la capacidad de innovación de una sociedad es determinada por
muchos factores independientes. Sin un conocimiento pormenorizado de
tales factores, la capacidad de innovación es impredecible. De ahí que los
científicos sociales continúen debatiendo sobre las razones específicas por
las que la receptividad cambió en el islam, en China y en Europa, y por qué
los chimbus, los ibos y los navajos eran más receptivos que sus vecinos a
tecnologías nuevas. Para el estudiante de la historia en sus rasgos generales,
sin embargo, no importa cuáles fueran las razones específicas en cada uno
de esos casos. Las miríadas de factores que afectan a la capacidad de
innovación hacen la tarea del historiador paradójicamente más fácil, al
convertir las variaciones sociales de innovación en variables en esencia
coyunturales. Esto significa que, en un área de gran extensión (como un
continente entero), una mayor o menor proporción de sociedades es
propensa a ser innovadora en una época en particular.
¿De dónde proceden en realidad las innovaciones? En todas las
sociedades, a excepción de las pocas que estuvieron totalmente aisladas en
el pasado, gran parte de la nueva tecnología no es de invención local, sino
que es tomada de otras sociedades. La importancia relativa de la invención
y la admisión locales depende fundamentalmente de dos factores: la
facilidad de invención de determinada tecnología y la proximidad entre una
y otra sociedades.
Algunos inventos surgieron a través del manejo directo de materias
primas en bruto. Tal tipo de inventos apareció en muchas ocasiones
independientes de la historia mundial en distintos lugares y épocas. Un
ejemplo, que ya hemos estudiado con detenimiento, es la aclimatación de
cultivos, con al menos nueve orígenes independientes. Otro es la alfarería,
que puede haber provenido del comportamiento de la arcilla, material
natural muy abundante, al secarla o calentarla. La alfarería apareció en
Japón hace unos 14.000 años, en el Creciente Fértil y en China hace cerca
de 10.000, y en la Amazonia, el Sahel africano, el sureste de Estados
Unidos y México poco después.
Ejemplo de un invento mucho más difícil es la escritura, que no es
evidente por sí misma mediante la observación de materia natural alguna.
Como vimos en el capítulo 12, se originó por separado en tan sólo unos
pocos lugares, pareciendo que el alfabeto hubiese sido inventado de una
sola vez en la historia universal. Entre otros inventos difíciles cabe citar la
rueda hidráulica, el molinillo de mano, el instrumental odontológico, la
brújula, el molino de viento y la cámara oscura, todos los cuales se
inventaron sólo una o dos veces en el Viejo Mundo y nunca en el Nuevo.
Estos inventos tan complejos eran obtenidos habitualmente
tomándoselos de otras partes, porque se difundían con mayor rapidez que la
posibilidad de descubrirlos por separado en distintos lugares. Ejemplo claro
es la rueda, de la que los primeros testimonios datan de más o menos 3400
a.C. cerca del mar Negro, apareciendo después en pocos siglos en gran
parte de Europa y Asia. Todas esas ruedas primitivas del Viejo Mundo son
de diseño muy peculiar: un círculo compacto de madera construido con tres
planchas sujetas entre sí, en lugar de una llanta con radios. En cambio, las
exclusivas ruedas de las sociedades indígenas americanas (dibujadas en
vasijas de cerámica mexicanas) eran de una sola pieza, lo que sugiere una
segunda invención por separado de la rueda y da por supuestas otras
evidencias del aislamiento del Nuevo Mundo con respecto a culturas del
Viejo.
Nadie piensa que el diseño tan peculiar de rueda del Viejo Mundo
pudiera aparecer reiteradas veces por casualidad en muchos lugares
separados a poca distancia en siglos unas de otras, después de 7 millones de
historia humana sin ruedas. En cambio, la utilidad de la rueda hizo
seguramente que se difundiese con rapidez al este y al oeste por todo el
Viejo Mundo desde un único lugar de invención. Otros ejemplos de
tecnologías complejas que se difundieron hacia el este y el oeste en el Viejo
Mundo antiguo a partir de un solo origen en Asia occidental son las
cerraduras de puertas, las poleas, los molinillos manuales, los molinos de
viento y lo más importante: el alfabeto. La metalurgia, que se extendió
desde los Andes a Mesoamérica a través de Panamá, es un ejemplo de
difusión tecnológica en el Nuevo Mundo.
Siempre que un invento útil arraiga en una sociedad, tiende luego a
expandirse en dos formas diferentes. Una es que otras sociedades vean o
tomen nota del invento, se muestren receptivas al mismo y lo adopten. La
segunda es que las sociedades que no poseen el invento se encuentren en
desventaja ante la sociedad inventora y acaben superadas y dominadas por
ésta si esa desventaja es bastante significativa. Ejemplo muy claro es la
difusión de los mosquetes entre las tribus maoríes de Nueva Zelanda. Una
tribu, los ngapuhis, adoptó los mosquetes de mercaderes europeos hacia
1818. En los quince años siguientes, Nueva Zelanda fue sacudida por las
guerras denominadas de los mosquetes, en que tribus que no poseían tales
armas, las obtenían o acababan siendo subyugadas por tribus ya provistas
de mosquetes. El resultado fue que la tecnología del mosquete se había
extendido ya por toda Nueva Zelanda hacia 1833: todas las tribus maoríes
todavía supervivientes tienen ahora mosquetes.
Cuando las sociedades adoptan una tecnología nueva de la sociedad
que la inventó, su difusión puede producirse en muchos contextos
diferentes. Entre ellos está el comercio pacífico (como en la difusión de los
transistores desde Estados Unidos a Japón en 1954), el espionaje (tal fue el
caso de los gusanos de seda desde Asia suroriental a Oriente Medio en
552), la emigración (así expandieron por Europa las técnicas francesas de
fabricación de vidrio y tejidos los 200.000 hugonotes expulsados de Francia
en 1685) y la guerra. Un caso destacado de lo último fue la transferencia al
islam de las técnicas chinas de fabricación de papel, posible debido a que al
derrotar los ejércitos árabes a las tropas chinas en la batalla del río Talas en
Asia central en 751, aquéllos encontraron algunos fabricantes de papel entre
los prisioneros de guerra y los llevaron a Samarcanda para establecer la
manufactura del papel.
Vimos en el capítulo 12 que la difusión cultural puede tener lugar, bien
por medio de «proyectos originales» detallados, bien a través de sólo vagas
ideas que estimulan una nueva invención de tales detalles. En dicho
capítulo se ilustraron esas alternativas para la difusión de la escritura, pero
éstas son asimismo aplicables a la expansión de la tecnología. El párrafo
precedente da ejemplos de copias de proyectos, mientras que la
transferencia a Europa de la tecnología china de la porcelana supone un
caso de difusión de una idea que costó bastante tiempo reconstituir. La
porcelana, fina cerámica translúcida, fue inventada en China hacia el siglo
VII. Cuando empezó a llegar a Europa a través de la Ruta de la Seda en el
siglo XIV (sin información alguna sobre cómo fabricarla), fue muy
admirada y se realizaron varias tentativas fallidas de imitarla. Esto no se
logró hasta 1707, en que el alquimista alemán Johann Bbttger, después de
complicados experimentos a base de procesos y mezclas de diversos
minerales y arcillas, dio con la solución y fundó la hoy famosa cerámica de
Meissen. Experimentos más o menos independientes de aquéllos en Francia
e Inglaterra condujeron a las porcelanas de Sèvres, Wedgwood y Spode. Así
pues, los ceramistas europeos tuvieron que reinventar los métodos de
fabricación chinos, pero les sirvió de estímulo para hacerlo el tener ante
ellos modelos del producto deseado.
Las sociedades, según sea su situación geográfica, difieren en cuanto a
la rapidez con que les es posible recibir tecnología por difusión desde otras
sociedades. Los pueblos más aislados de la Tierra en tiempos recientes
fueron los aborígenes de Tasmania, que vivían sin sistema alguno de
transporte marítimo en esa isla a 150 km de Australia, que a su vez era el
continente más aislado. Los habitantes de Tasmania no tuvieron ningún
contacto con otras sociedades durante 10.000 años, y no adquirieron
ninguna tecnología nueva fuera de lo inventado por ellos mismos. Los
australianos y los neoguineanos, separados de la tierra firme asiática por la
cadena de islas de Indonesia, recibieron sólo una insignificancia de inventos
de Asia. Las sociedades más accesibles a la recepción de inventos por
difusión eran las emplazadas en los continentes principales. En estas
sociedades la tecnología se desarrollaba con mayor rapidez, porque
acumulaban no sólo sus propias invenciones, sino también las de otras
sociedades. Por ejemplo, el islam medieval, con su localización central en
Eurasia, adquirió inventos de China y heredó el antiguo saber griego.
La importancia de la difusión y de la localización geográfica que la
hace posible queda admirablemente ilustrada por casos de sociedades que
abandonaron importantes tecnologías, casos que de otra forma no serían
comprensibles. Solemos suponer que las tecnologías útiles, una vez
adquiridas, subsisten inevitablemente hasta ser reemplazadas por otras
mejores. En realidad, no sólo es necesario adquirir tecnologías, sino
también conservarlas, y esto depende, a la vez, de muchos factores
imprevisibles. Toda sociedad atraviesa por modas o caprichos por los que se
valoran cosas sin utilidad económica alguna o se abandonan temporalmente
cosas útiles. En nuestros días, en los que casi todas las sociedades de la
Tierra se relacionan unas con otras, no podemos imaginar que una moda
llegue tan lejos como para descartar por completo una tecnología
importante. Una sociedad que por algún tiempo se revolviera contra
determinada tecnología importante vería cómo se la seguiría aplicando en
sociedades vecinas y tendría la oportunidad de volver a adoptarla por
difusión (o de no ser así, sería impuesta por vecinos). Pero estas modas
pueden ser persistentes en sociedades aisladas.
Un caso famoso fue el abandono de las armas de fuego en Japón.
Dichas armas fueron introducidas allí en 1543, llevadas por dos aventureros
portugueses provistos de arcabuces que llegaron en un barco de carga chino.
Los japoneses quedaron tan impresionados por la nueva arma que iniciaron
una producción autóctona de escopetas, cuya tecnología perfeccionaron
mucho, hasta el punto de que en 1600 poseían ya más y mejores escopetas
que cualquier otro país del mundo.
Pero había por otro lado factores que actuaban en contra de la
aceptación de armas de fuego en Japón. El país poseía una numerosa élite
guerrera, los samuráis, para quienes las espadas constituían símbolos de
clase y obras de arte (e instrumentos para subyugar a las clases inferiores).
Los hábitos marciales japoneses consistían en combates cuerpo a cuerpo
entre espadachines samuráis, que se celebraban en público, con alocuciones
rituales a las que seguía una lucha de elegante garbo. Esta conducta resultó
letal en presencia de soldados rasos que disparaban sus escopetas con
mucho ruido y sin gracia. Además, las escopetas eran un invento foráneo y
acabaron por ser despreciadas, al igual que otras cosas extranjeras en Japón
a partir de 1600. Los samuráis, con peso sobre el gobierno, empezaron por
restringir la producción de armas de fuego a unas pocas ciudades,
instituyéndose luego una licencia gubernativa para la producción de
escopetas, que después era concedida sólo a las fabricadas con destino al
propio gobierno. Por último, se redujeron los pedidos oficiales de armas de
fuego hasta que Japón se quedó de nuevo casi sin escopetas, a excepción de
algunas como recuerdo.
Entre los gobernantes europeos de aquellos años había algunos que
también despreciaban las armas de fuego e intentaban limitar su
disponibilidad. Pero estos intentos nunca llegaron muy lejos en Europa, en
donde cualquier nación que renunciara a las armas de fuego era al poco
tiempo invadida por países vecinos que sí las poseían. Sólo por ser una
populosa isla poco comunicada pudo Japón llevar adelante su rechazo de la
potente tecnología militar nueva. A esta situación de seguridad en el
aislamiento puso fin en 1853 la visita de la flota estadounidense del
comandante Perry, erizada de cañones, lo cual convenció a Japón de que era
necesario reanudar la producción de armas de fuego.
Ese rechazo y el abandono por China de los barcos de transporte
marítimo (así como de los relojes mecánicos y de las máquinas hidráulicas
de hilar) son casos históricos bien conocidos de retrocesos tecnológicos en
sociedades aisladas o semiaisladas. Otros retrocesos de este tipo tuvieron
lugar en tiempos prehistóricos. El caso más extremo es el de los aborígenes
de Tasmania, que incluso abandonaron los útiles de hueso y la pesca para
transformarse en la sociedad de tecnología más rudimentaria del mundo
moderno (capítulo 15). Puede ser que los aborígenes australianos hubieren
adoptado el arco y las flechas, abandonándolos luego. Los isleños del
estrecho de Torres abandonaron las canoas, cosa que hicieron asimismo los
de Gaua, aunque luego las adoptaron de nuevo. La alfarería fue abandonada
en toda Polinesia. La mayoría de los polinesios y muchos melanesios
abandonaron el uso de arcos y flechas en la guerra. Los esquimales polares
perdieron el arco y flechas y el kayak, y los de Dorset perdieron el arco y
las flechas, el taladro y los perros.
Estos ejemplos, en principio tan chocantes para nosotros, ilustran
adecuadamente los efectos de la geografía y de la difusión en la historia de
la tecnología. Sin difusión se adquieren pocas tecnologías y se pierden más
de las existentes.
Dado que la tecnología engendra más tecnología, la importancia de la
difusión de un invento excede en potencia la importancia del invento
original. La historia de la tecnología ejemplifica lo que se denomina
proceso autocatalítico, es decir un proceso que se acelera a una velocidad
que aumenta con el tiempo, porque dicho proceso se cataliza a sí mismo. El
auge de la tecnología a partir de la revolución industrial nos impresiona
hoy, pero el auge medieval fue asimismo impresionante en comparación
con el de la Edad del Bronce, que a su vez eclipsó al del Paleolítico
superior.
Un motivo por el que la tecnología tiende a catalizarse a sí misma es
que los progresos dependen del dominio previo de problemas más simples.
Por ejemplo, los campesinos de la Edad de Piedra no procedían
directamente a la extracción y forjado del hierro, que requiere hornos a
elevadas temperaturas. En cambio, la metalurgia del mineral de hierro
apareció después de miles de años de experiencia humana con
afloramientos naturales de metales puros bastante maleables como para
poder adquirir forma a golpe de martillo sin necesidad de calor (el cobre y
el oro). Apareció asimismo después de miles de años de evolución de
hornos rudimentarios utilizados en alfarería, y, aún después, en la
extracción de minerales de cobre y en la elaboración de sus aleaciones
(bronce), que no requieren temperaturas tan elevadas como el hierro. Tanto
en el Creciente Fértil como en China, los objetos de hierro sólo se hicieron
comunes después de 2.000 años de experiencia en metalurgia del bronce.
Las sociedades del Nuevo Mundo acababan de empezar a hacer artefactos
de bronce y todavía no habían comenzado a hacerlos de hierro en las fechas
en que la llegada de los europeos interrumpió la trayectoria independiente
de ese Nuevo Mundo.
La otra razón importante de la autocatálisis es que las tecnologías y
materiales nuevos hacen posible generar aún más tecnologías nuevas por
recombinación. Por ejemplo, ¿por qué la imprenta se difundió
vertiginosamente en la Europa medieval después de que Gutenberg
imprimiera su Biblia en 1455, pero no cuando aquel desconocido artífice
imprimiera su disco en Faístos en 1700 a.C.? Una explicación parcial es que
los impresores europeos medievales podían combinar seis avances
tecnológicos, de los cuales la mayoría no estaban a disposición del
fabricante del disco de Faístos. De estos adelantos —en papel, tipos
móviles, metalurgia, prensas, tintas y escrituras—, el papel y la idea del tipo
móvil llegaron a Europa desde China. El descubrimiento por Gutenberg de
la fabricación de tipos a partir de matrices metálicas, para resolver el
enrevesado problema de tamaños no uniformes de tipos, dependía de
muchos adelantos metalúrgicos: acero para punzones de letras, aleaciones
de latón o bronce (luego sustituidos por acero) para matrices, plomo para
moldes y una aleación estaño-plomo-cinc para los tipos. La imprenta de
Gutenberg derivaba de la prensa de husillo para la fabricación de vino y
aceite de oliva, y su tinta consistía en una mejora oleosa de las tintas
anteriores. Las escrituras alfabéticas que la Europa medieval utilizaba
después de tres milenios de evolución de los alfabetos se prestaban a la
impresión con tipos móviles, porque sólo había que confeccionar algunas
decenas de formas de letras y signos, a diferencia de los miles de signos
necesarios para la escritura china.
El artífice del disco de Faístos sólo tuvo acceso a tecnologías mucho
menos avanzadas en esos seis aspectos que aquellas de las que dispuso
Gutenberg para combinarlas en un sistema de impresión. El medio de
escritura en el disco era la arcilla, que es mucho más gruesa y pesada que el
papel. Las técnicas metalúrgicas, las tintas y las prensas de 1700 a.C. en
Creta eran más primitivas que las de 1455 en Alemania, por lo que el disco
tuvo que ser grabado a mano en lugar de por tipos móviles dispuestos en un
marco metálico, tintados y prensados. La escritura del disco era un silabario
con más signos, de forma más complicada, que el alfabeto romano
empleado por Gutenberg. En consecuencia, la tecnología de impresión del
disco de Faístos era mucho más rudimentaria, y presentaba menos ventajas
sobre la escritura manual que la imprenta de Gutenberg. En adición a todos
estos inconvenientes tecnológicos, el disco de Faístos fue impreso en una
época en que el conocimiento de la escritura se limitaba a algunos escribas
de palacios o templos. De aquí que hubiese poca demanda del bello
producto del artífice del disco y poco incentivo para invertir en la
confección de las decenas de punzones manuales necesarios. Por el
contrario, las posibilidades de un mercado muy amplio para la imprenta en
la Europa medieval indujo a muchos inversores a prestar dinero a
Gutenberg.
La tecnología humana evolucionó a partir de los primeros útiles de
piedra, que se utilizaban hace 1,5 millones de años, hasta la impresora láser
de 1996 con que se imprimió el original de este libro, que sustituyó a mi ya
anticuada impresora láser de 1992. El ritmo de esta evolución fue
imperceptiblemente lento en un principio, transcurriendo cientos de miles
de años sin cambio discernible alguno en nuestros útiles de piedra y sin que
nos haya llegado ninguna evidencia de objetos fabricados con otros
materiales. Hoy, la tecnología progresa con tal rapidez que todos los días
aparece en el periódico el informe de algo nuevo.
En esta larga historia de desarrollo acelerado es posible singularizar
dos saltos de especial significación. El primero, que tuvo lugar hace entre
100.000 y 50.000 años, es probable que fuese posibilitado por cambios
genéticos en nuestro organismo, es decir por una evolución de la anatomía
humana que permitiera hablar y hacer funcionar el cerebro. Resultado de
dicho salto fueron las herramientas de hueso, los útiles de piedra a efectos
determinados y los útiles mixtos. El segundo salto fue consecuencia de
nuestra adopción de una vida sedentaria en épocas distintas en varias partes
del mundo: hace ya 13.000 años en algunas zonas y ni siquiera en nuestros
días en otras. En casi todos los casos, esa adopción estuvo vinculada a la
producción alimentaria, que exigía a los humanos permanecer cerca de sus
cultivos, huertas y almacenes de productos alimenticios no consumidos de
inmediato.
La vida sedentaria fue decisiva para la historia de la tecnología, porque
permitía que la gente acumulase posesiones que no había de acarrear
siempre consigo. Los cazadores nómadas están limitados a tecnologías que
puedan ser porteadas. Los traslados frecuentes limitan la propiedad, a falta
de vehículos o animales de tiro, a los hijos todavía niños, a las armas y a un
mínimo de otras cosas de absoluta necesidad de tamaño bastante reducido
como para poder ser llevadas encima. No es posible cargar con cacharros de
alfarería y prensas de imprimir al abandonar una acampada. Esa dificultad
práctica es la explicación probable de la aparición asombrosamente
madrugadora en la historia de algunas tecnologías, seguida por largas
demoras en su desarrollo ulterior. Por ejemplo, los primeros objetos
precursores de la cerámica de que se tiene noticia testificada son figuritas
de arcilla cocida fabricadas en el territorio de las actuales República Checa
y Eslovaquia hace 27.000 años, muchísimo antes de las vasijas de arcilla
cocida más antiguas que se conocen (de Japón, de hace 14.000 años).
También en esas mismas regiones checas y eslovacas se han descubierto las
evidencias más antiguas de tejidos y otras tramas, de lo que no existen
vestigios testificados en otras zonas hasta el primer cesto conocido, que
apareció hace unos 13.000 años, y el paño tejido más antiguo, hace unos
9.000. A pesar de estas primeras etapas tan tempranas, ni la alfarería ni la
tejeduría fueron habituales hasta que los humanos se hicieron sedentarios,
liberándose así del problema de tener que portear vasijas y telares.
Además de permitir la vida sedentaria, y con ella la acumulación de
posesiones, la producción de alimentos fue decisiva en la historia de la
tecnología por otra razón. Fue posible, por primera vez en la historia de la
evolución humana, desarrollar sociedades económicamente especializadas
consistentes en expertos en producciones no alimentarias que se abastecían
por medio de campesinos productores de alimentos. Pero ya hemos visto en
la Parte II de este libro que la producción alimentaria surgió en fechas
diversas en distintos continentes. Además, como ya hemos expuesto en este
capítulo, las tecnologías locales dependen, tanto en su origen como en su
mantenimiento, no sólo de los inventos de su área propia, sino asimismo de
la tecnología llegada de otras partes. Esto hacía que la tecnología fuese
propensa a evolucionar con más rapidez en continentes con pocas barreras
geográficas y ecológicas a la difusión en su interior o en otros continentes.
Por último, cada sociedad de un continente representa una ocasión más de
inventar y adoptar determinada tecnología, porque las sociedades varían en
gran manera en cuanto a capacidad de innovación por varias razones
independientes. De aquí que, a igualdad de las restantes condiciones, la
tecnología se desarrolle con mayor rapidez en extensas regiones muy
productivas con grandes densidades de población humana, muchos
inventores en potencia y muchas sociedades en competencia recíproca.
Resumamos ahora hasta qué punto las variaciones de estos tres
factores —época de aparición de la producción alimentaria, barreras a la
difusión y densidad de población humana— llevaron directamente a las
diferencias intercontinentales observadas en la evolución tecnológica.
Eurasia (que a nuestros efectos incluye África septentrional) es la masa de
tierras emergidas más grande del mundo, que encierra el mayor número de
sociedades en competencia. Es asimismo la masa de tierras con los dos
centros en donde antes empezó la producción de alimentos: el Creciente
Fértil y China. La orientación este-oeste de su eje mayor permitió que
muchos inventos adoptados en determinada parte de Eurasia se expandieran
con relativa rapidez a sociedades situadas a latitudes y climas similares de
otras partes de Eurasia. Su anchura a lo largo del eje menor (norte-sur)
contrasta con la estrechez de América en el istmo de Panamá. Carece de las
enormes barreras ecológicas que atraviesan los ejes mayores de América y
África. Así pues, las barreras geográficas y ecológicas a la difusión de la
tecnología fueron menos implacables en Eurasia que en otros continentes.
Gracias a todos estos factores, Eurasia fue el continente en donde antes
empezó la aceleración tecnológica pospleistocénica, con el resultado de una
mayor acumulación de tecnologías locales.
Los autores anglosajones suelen considerar a América del Norte y
América del Sur como dos continentes distintos, a pesar de que están unidos
desde hace varios millones de años, plantean cuestiones históricas similares
y pueden ser comparados conjuntamente con Eurasia. América es la
segunda masa terrestre del mundo en superficie, aunque bastante menos
extensa que Eurasia. No obstante, se halla fragmentada por la geografía y la
ecología: el istmo de Panamá, de sólo unos 65 km de anchura, secciona
virtual y geográficamente América, y por otro lado los bosques tropicales
de Darién en el istmo y el desierto del norte de México la seccionan desde
el punto de vista ecológico. Dicho desierto separaba avanzadas sociedades
humanas de Mesoamérica de las de América del Norte, en tanto que el
istmo separaba esas avanzadas sociedades de Mesoamérica de las de los
Andes y de la Amazonia. Además, el eje principal de América va de norte a
sur, lo que obliga a la mayor parte de la expansión a ir en contra de
gradientes latitudinales (y climáticos), en lugar de producirse a la misma
latitud. Por ejemplo, la rueda se inventó en Mesoamérica y las llamas se
domesticaron en los Andes centrales hacia 3000 a.C., pero 5.000 años más
tarde esa única bestia de carga de América y aquella rueda no habían
coincidido recíprocamente, a pesar de que la distancia que separaba la
sociedad maya de Mesoamérica del extremo septentrional del Imperio inca
(2.000 km) era mucho menor que los 13.000 km de distancia entre Francia
y China, cuyas culturas compartían el caballo y la rueda. Creo que estos
factores son los responsables del retraso tecnológico de América con
respecto a Eurasia.
El África subsahariana es la tercera masa de tierras emergidas del
mundo, con un área mucho menor que América. A lo largo de casi toda la
historia de la humanidad ha sido mucho más accesible a los eurasiáticos que
América, pero el Sahara sigue siendo una barrera ecológica importantísima
que separa el África subsahariana de Eurasia más África septentrional. El
eje norte-sur de África supuso un obstáculo más a la difusión de tecnología,
tanto entre Eurasia y el África subsahariana como dentro de la propia región
subsahariana. Como consecuencia de este obstáculo, la alfarería y la
metalurgia del hierro se originaron en el Sahel del África subsahariana (al
norte del ecuador), o alcanzaron dicha zona por lo menos al mismo tiempo
que llegaban a Europa occidental. Sin embargo, la alfarería no alcanzó el
extremo meridional de África hasta principios de la era cristiana, y la
metalurgia no se había difundido todavía por el continente a dicho extremo
sur en el momento en que fue llevada a esas regiones por barcos
procedentes de Europa.
Por último, el continente más pequeño es Australia. El régimen
bajísimo de precipitaciones y productividad de la mayoría de las regiones
de Australia la hacen en lo efectivo aún más pequeña en cuanto a su
capacidad de proporcionar sustento a poblaciones humanas. Es por
añadidura el más aislado de los continentes. Además, la producción de
alimentos no se desarrolló nunca entre los indígenas de Australia. La
combinación de estos factores hizo que Australia siguiera siendo en tiempos
modernos el único continente que aún no disponía de objetos metálicos.
La Tabla 13.1 traduce estos factores a números, comparando los
continentes por su superficie y su población humana en tiempos modernos.
No se conoce el número de habitantes de los continentes hace 10.000 años,
poco antes de que apareciera la producción de alimentos, pero seguramente
seguía la misma secuencia, puesto que la mayor parte de las tierras que
producen hoy casi todos los alimentos habrían sido asimismo áreas
productivas para los cazadores de hace 10.000 años. Las diferencias de
población son espectaculares: la de Eurasia (con África septentrional) es
casi seis veces la de América, casi ocho veces la de África y 230 veces la de
Australia. Una población más numerosa significa mayor abundancia de
inventores y de sociedades en competencia recíproca. La Tabla 13.1 explica
en buena medida que fuera en Eurasia donde tuvieron su origen las armas
de fuego y el acero.
Todos estos efectos de las diferencias continentales de extensión,
población, facilidad de difusión e inicio de la producción alimentaria en la
aparición de la tecnología se hicieron aún más pronunciados debido a que la
tecnología se cataliza a sí misma. La notable ventaja inicial de Eurasia
acabó situándola en cabeza a enorme distancia en 1492 por evidentes
razones geográficas y no por superioridad de inteligencia humana. Entre los
neoguineanos que conozco hay varios «Edison» en potencia, pero aplican
su ingenio a problemas tecnológicos apropiados a sus condiciones:
cuestiones de subsistencia sin tener que importar cosas a la jungla
neoguineana, en lugar del problema de inventar el fonógrafo